En Ensenada, Baja California, los días domingo me gustaba ir a los tianguis donde vendían cosas usadas, de segunda decían, ahí había desde alfileres hasta partes de automóviles; en uno de ellos, cierta ocasión, vendían deshechos de la segunda guerra mundial: cantimploras, navajas de supervivencia, cascos, chamarras para camuflaje, herramientas multiusos, pasamontañas y cuanto más. Todo tenía el costo de un dólar, lo que uno tomara -el cambio era de doce cincuenta-. Llamó mi atención una pequeña maquinita; la tomé, observé con detenimiento, pensé que con una aceitadita quedaría bien; algo le faltaba, busqué con cuidado y lo encontré.
-¿Todo a dólar? -pregunté.
-Sí lo que guste, un dólar -contestó la señora.
-¿Servirá esto? -le interrogué mostrando la maquinita.
-Sí debe echar buenas tortillas -advirtió segura.
Dí mi dolar y me fui contento con mi compra, la limpié cuidadosamente, la aceité y me puse a trabajar; era una maravilla, lo hacía perfectamente, producía de una por una, con cierto adiestramiento era de sacar bastantes, pero no tortillas. Desde ese dia, llevé a mi trabajo buen material didáctico; era un lindísimo, práctico y útil mimeógrafo manual.
-¿Todo a dólar? -pregunté.
-Sí lo que guste, un dólar -contestó la señora.
-¿Servirá esto? -le interrogué mostrando la maquinita.
-Sí debe echar buenas tortillas -advirtió segura.
Dí mi dolar y me fui contento con mi compra, la limpié cuidadosamente, la aceité y me puse a trabajar; era una maravilla, lo hacía perfectamente, producía de una por una, con cierto adiestramiento era de sacar bastantes, pero no tortillas. Desde ese dia, llevé a mi trabajo buen material didáctico; era un lindísimo, práctico y útil mimeógrafo manual.
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