TODO POR UN COCHINO
  Ruperto Téllez Sampedro
    (...)
Bajo el chipi chipi del atardecer y la neblina cubriendo los hermosos parajes, el maestro y un viejo campesino toman café en unos jarros desgastados, mientras comentan  la dura jornada del día. De repente se  levantan exaltados al ver varias  siluetas  caminar hacia ellos: la  más alta y fuerte trae cargando a un hombre. El maestro siente un  escalofrió recorrer todo su cuerpo, se queda mudo al mirar la camisa  de manta empapada de  sangre. 
   No sale de su asombro, cuando llega corriendo una señora con el rostro desencajado y los ojos humedecidos por el llanto.
   ― ¿Quién fue...? ¿Quién  mató a mi hijo…?
   ―Espérate Lupe, no te preocupes, el maistro nos va ayudar ―contesta el viejo campesino.
   El maestro nunca en su vida ha tenido una experiencia tan impactante;  se queda paralizado por un momento, luego reacciona 
   ― ¿Qué sucedió? ¿Qué es esto? 
   Con  voz temblorosa le responde el hombre más viejo del  grupo.
   ―Maistro, queremos que nos ayude, sabemos   que usted es leído y escribido y  sabe de estas cosas, porque las ve en los libros que lee. 
   Tembloroso se dirige a ellos diciéndoles: 
   ― ¿Por qué no lo llevan con un doctor? ¡Este hombre se va a morir! ¡Por favor, llévenlo rápido!
   Con lágrimas recorriendo sus mejillas, la humilde mujer responde:
   ―Maistro,  es que el doctor está a un día de camino, la curandera salió y llega hasta pasado mañana, sólo usted puede salvarlo.
   Meten al herido al salón de clases  y  lo colocan sobre el frío piso, esperando la reacción del maestro.  Éste, con el miedo ante una  experiencia de ese tamaño, toma el cántaro del campesino y  le da un sorbo de aguardiente que le  quema la garganta.   
   Teme  decirles que no puede ayudarlos pero, al mirar su angustia y el sangrado abundante, improvisa un torniquete.
   Les dice tembloroso:
   ―Esto le va ayudar para que aguante  y el doctor lo cure.
   No hay respuesta, su miedo se acrecienta; el herido no deja de quejarse como  una mujer  a punto de parir cuando le pone el trapo y empieza a apretarlo.  Sus  gritos son desgarradores,  un señor se inclina y levanta el cántaro.
   ― ¡Échate unos tragos de aguardiente pa’que  aguantes!, el maistro sabe lo que hace.
   Le dicen palabras de aliento. Tiene la pierna destrozada y  su sangre brota como el agua de la tierra, formando un riachuelo que corre desde el muslo hasta el suelo. De pronto pierde el conocimiento.
   Se escuchan  sollozos y palabras dolientes de la madre. 
   ― ¡Me mataron a mi’jo!
   El maestro se siente desesperado, aun así, muestra serenidad para dirigirse a la señora.
   ―No se preocupe doña Lupe, sólo sufrió un desmayo, llévenlo inmediatamente al doctor.
   Con humildad le dan las gracias  y parten camino abajo con antorchas encendidas.
   ― ¡Llévenlo lo más rápido posible! ―grita el maestro.
   En coro le responden:
―Si maistro, gracias
(...)

 
 
 
 
 
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