Por: Laura Díaz-Martínez*
Las diferencias en el color de la piel, ojos y cabello han sido objeto de fascinación desde tiempos antiguos. La primera referencia escrita sobre diferencias en la pigmentación de la piel data del año 2 mil 200 a.C. Aún 4 mil 200 años después seguimos estudiando los diferentes colores que adornan a los seres humanos.
El color de la piel, ojos y cabello se debe a la presencia de un pigmento llamado melanina del cual existen dos variedades: la eumelanina de color café-negra y la feomelanina de color amarilla-roja. Estos pigmentos son producidos por un tipo especial de células, los melanocitos, que producen y almacenan melanina en pequeños sacos llamados melanosomas. Estos saquitos son posteriormente distribuidos hacia otras células de la piel o a los folículos capilares, generando la pigmentación de la piel y el cabello.
La función de la pigmentación es protegernos de los rayos ultravioleta (uv), que pueden dañar nuestra piel y generar cáncer. Los melanocitos responden acelerando o disminuyendo la producción de melanina de acuerdo a la cantidad de rayos uv que recibimos. Es decir, el bronceado que tanto presumimos después de un viaje a la playa no es más que un incremento en la melanina en respuesta a la mayor cantidad de luz uv que recibimos durante esas horas bajo el Sol. Es pues una respuesta de nuestra piel para tratar de protegernos de los daños que pueden ocasionar estas radiaciones. Sin embargo, los rayos uv no son únicamente dañinos, también tienen la función benigna de facilitar la producción de vitamina-D en nuestra piel. Los melanocitos, gracias a su habilidad de producir mayores o menores cantidades de melanina en respuesta a la cantidad de radiación que reciben, son pues los encargados de regular la cantidad de rayos uv que penetran nuestra piel.
La existencia de diferentes tonalidades de la piel, cuya distribución obedece a una localización geográfica característica, sugiere que el color de la piel es una adaptación de los grupos humanos a su entorno. Es decir, las pieles de colores obscuros, que son más frecuentes en lugares calurosos, son una adaptación que permite una mayor protección para aquellos individuos que están más expuestos al Sol. La piel obscura impide la penetración de grandes cantidades de rayos uv y por lo tanto protege contra los efectos adversos. En cambio, los tonos claros de piel, comunes en las zonas más alejadas del ecuador, favorecen el aprovechamiento de la escasa luz solar permitiendo el paso de los pocos rayos uv, que ayudan a la producción de vitamina-D.
El color de la piel, ojos y cabello se debe a la presencia de un pigmento llamado melanina del cual existen dos variedades: la eumelanina de color café-negra y la feomelanina de color amarilla-roja. Estos pigmentos son producidos por un tipo especial de células, los melanocitos, que producen y almacenan melanina en pequeños sacos llamados melanosomas. Estos saquitos son posteriormente distribuidos hacia otras células de la piel o a los folículos capilares, generando la pigmentación de la piel y el cabello.
La función de la pigmentación es protegernos de los rayos ultravioleta (uv), que pueden dañar nuestra piel y generar cáncer. Los melanocitos responden acelerando o disminuyendo la producción de melanina de acuerdo a la cantidad de rayos uv que recibimos. Es decir, el bronceado que tanto presumimos después de un viaje a la playa no es más que un incremento en la melanina en respuesta a la mayor cantidad de luz uv que recibimos durante esas horas bajo el Sol. Es pues una respuesta de nuestra piel para tratar de protegernos de los daños que pueden ocasionar estas radiaciones. Sin embargo, los rayos uv no son únicamente dañinos, también tienen la función benigna de facilitar la producción de vitamina-D en nuestra piel. Los melanocitos, gracias a su habilidad de producir mayores o menores cantidades de melanina en respuesta a la cantidad de radiación que reciben, son pues los encargados de regular la cantidad de rayos uv que penetran nuestra piel.
La existencia de diferentes tonalidades de la piel, cuya distribución obedece a una localización geográfica característica, sugiere que el color de la piel es una adaptación de los grupos humanos a su entorno. Es decir, las pieles de colores obscuros, que son más frecuentes en lugares calurosos, son una adaptación que permite una mayor protección para aquellos individuos que están más expuestos al Sol. La piel obscura impide la penetración de grandes cantidades de rayos uv y por lo tanto protege contra los efectos adversos. En cambio, los tonos claros de piel, comunes en las zonas más alejadas del ecuador, favorecen el aprovechamiento de la escasa luz solar permitiendo el paso de los pocos rayos uv, que ayudan a la producción de vitamina-D.
* Investigadora Posdoctoral UT-Southwestern Medical Center Dallas, Texas.
ATTE: Profr. J. Salomé Rivera M
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