martes, 4 de noviembre de 2014

De camino a Iguala

De camino a Iguala

José de Jesús Rodarte

Dicen que los atraparon como conejos.
— ¿Entonces te vas a ir con ellos?

Yo no le había dicho nada de irme, acababa de llegar luego de cuidar los cañaverales por seis meses y otros tantos en los tamarindos, pero ella lo supo antes que yo mismo apenas le conté de los hombres que buscaban a sus hijos.

Así son las mujeres.

La mía puede saber que tanto lloverá antes de que se arremolinen las nubes en el cielo. Supo que nacería hombre nuestro primer hijo y mujeres las demás.
Se levantaba de madrugada, cubierta de sudor y de silencio, la sentía salir descalza de la casa e iba tras de ella. La miraba mirar las estrellas. Luego se tapaba la cara con sus manos y así se estaba un buen tiempo.
Parecía llorar sin llanto.
Yo no la interrumpía.
Bajaba las manos lentamente hasta su vientre abultado y le ponía nombre.

— Juan… como su padre.

Nos metíamos a la casa, y nos volvíamos a recostar los tres.
Así fue todas las veces con todos los hijos.
Ahora que los hijos son grandes y tiene sus propios hijos se habían terminado aquellas predicciones… pero este día regresaron.

— Traigo una docena de codornices en este costal.-le dije
— Deja tocarte la cara, Juan.

Y ella, mi mujer, me dijo cosas que yo ya sabía, pero me las dijo de un modo que las hacían sonar nuevas.

— A un hijo se le trae como una extensión de uno mismo, como un duplicado de nuestra sangre o un segundo corazón…. ¿verdad?... Y un día se le abraza y se le dice con los ojos “camina, ve tú solo” pero jamás se le abandona.

— Si

— ¿Entonces vas a ayudarlos a buscar?

— Si.

— Los traerán de vuelta… y yo te estaré esperando.

Me colgué el machete y mi morral con bastimento, le vi los ojos a mi mujer… y salí camino a Iguala.

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