El Señor del costal
Dubriel García Rodríguez
─ ¡Si no te portas bien te va a llevar el Señor del costal!
.Así amenazaban los padres a los hijos allá en mi pueblo de la mixteca poblana.
El Señor del costal era un hombre enorme, gordo, dueño de unos pies grandes que arrastraba a cada paso que daba. Calzaba unas botas militares sucias y usaba un gran abrigo negro a pesar de que en mi pueblo hace bastante calor, cubría su cabeza con un sombrero redondo que le llegaba hasta los ojos, dicen, quienes lo habían visto de cerca, que tiene unos ojos tan grandes que parecen los de un sapo, los sujetan unas venas rebosantes de sangre. Su aspecto bestial se veía aumentado cuando bramaba echando espuma por la boca.
Con el pretexto de comprar ropa usada o cosas viejas aparecía de repente por los polvorientos caminos de los pueblos.
En mi pueblo, por las mañanas, se escuchaba el canto de los gallos, los hachazos al partir la leña y el golpeteo del molino de gasolina. Al mediodía, el sol daba de latigazos a quien no se pusiera bajo la sombra de los mezquites, de los acacias en flor o de los cobertizos de palma. Por las tardes, los chamacos jugábamos a cualquier cosa y cuando oíamos el pregón del Señor del costal corríamos en estampida a escondernos en el granero. Este era una casita con techo de carrizo y palma, los muros de adobe y una ventana, sin puerta. Descansaba sobre unos pilotes, elevado unos metros del suelo. Para llenarlo, el maíz se acarreaba en canastos o en costales y se vaciaban a través de la ventana. En ese lugar nos ocultábamos cuando pasaba el Señor del costal.
Este señor solía llevarse a los niños que no estudiaban, a los que no querían bañarse, a los que no querían comer, a los que no obedecían, a los mentirosos, a los que pegaban, a los que eran traviesos y a los que no hacían la tarea.
En cuanto lo escuchabas subías al cuexcomate, otro nombre del granero, aguantabas la respiración y te hundías en el maíz y así, aunque el Señor del costal se asomara no te podía ver.
Los papás, de alguna forma, se enteraban de la ausencia de un niño en el pueblo y amenazaban: “ándate con cuidado ya ves a Juanito se lo llevó el Señor del costal” y nosotros lo dábamos por hecho porque su lugar estaba vacio en las bancas de la escuela.
Lo que sigue me sucedió a mí y fue verdaderamente terrorífico, no lo he platicado jamás por temor a que me tomen por un desquiciado.
Un día, oí el tropel de chamacos para esconderse del hombre del costal, entre las carreras, los gritos y ladridos de perros me di cuenta que no llegaría hasta el granero. Busqué un escondite salvador. Vi un hueco bajo el lavadero y me deslicé a toda prisa. El Señor del costal se detuvo. Desde mi escondite miraba sus botas. Contuve la respiración pero el corazón me delató al sonar tan fuerte en mi pecho, entonces él sujeto descansó el enorme costal y casi toco los abultamientos esféricos que se revolvían en el interior, emitiendo lamentos apagados. Movió las botas en mi dirección y pronuncio unas palabras en un lenguaje desconocido que aquí transcribo TERWR MKHY JOYTUTU BELBZU y exclamó guturalmente: “negras noches caerán sobre inocentes y mostrarán mi presencia. Tú serás testigo, ese es tu destino”. Luego recogió el costal y con un enérgico movimiento se lo echó a la espalda. Sonaron como cocos los cráneos de los niños. La oscuridad y el silencio cubrieron las calles de mi pueblo.
Pasó el tiempo y salí en busca de nuevos horizontes, dejé de creer en el Señor del costal hasta que un día ocurrió que, viajando hacia mi casa en el colectivo un olor a huevos podridos llegó de atrás. Volteé, vi el rostro de ojos inyectados de púrpura que amenazaban con salir de sus órbitas, era el Señor del costal. Al otro día un autobús escolar se accidentó y murieron varios inocentes.
No relacioné el hecho ni le platiqué a nadie que había visto al Señor del costal pero a la siguiente ocasión empecé a llenarme de espanto porque sucedió que un día, por alguna razón, me quedé en el laboratorio trabajando hasta noche, raramente lo hacía, y cuando me preparaba para salir se soltó un aguacero y se fue la luz. Percibí su presencia. No hizo ruido, pero estaba ahí, había un olor nauseabundo, a rancio, a sudor. Hubo un relámpago que lo dibujó totalmente como lo había visto en el pueblo, luego un trueno y el espectro se fue. Al día siguiente ardió una guardería.
Desde entonces no puedo conciliar el sueño, tengo el temor de encontrarme en la oscuridad al terrible Señor del costal, presagio de una nueva desgracia.
Hoy,…no duermo, poco a poco me alerta un olor a rancio, enciendo la luz. Nada. Un enorme costal con la boca abierta está esperando en el piso.
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