Sueño de navidad
Mónica Baldeón Torres
¿Noche buena? ¿Navidad? No lo recuerdo. Eran dos copas que chocaban rebosantes de un helado y burbujeante líquido. Era la nostalgia, el momento…
Era una cabaña, perfecta ausencia de inoportuna civilización. La madera y el vino, cómplices excitantes.
Miré la entrada del guerrero moribundo de batallas diarias, recobrando el aliento para pregonar su amor y su consejo antes del fallecimiento pleno. Rayos derritiéndose plácidamente detrás de las montañas sobre el terruño cenizo y lastimero, al tiempo que una sensible artista apareció entonando notas de duelo en loor al día. La penumbra cantando, el sol muriendo. Instante incomparable.
Tú: en un sillón de mimbre crujiente a tu contacto; su oquedad invitaba al aislamiento del mundo, a la inmovilidad del cuerpo y al retozar del espíritu. Tranquilo disfrutabas mi presencia.
Yo: detrás de ti, rodeando tus hombros con mis brazos. Mis manos justo a la altura de tu corazón y mi cabeza reclinada para escuchar el armonioso monólogo de tu respiro, para sentir tu calma, para impregnarme de tu esencia; para beber, a placer y antojo, la eternidad de tu instante.
El cuadro completo: los dos ante el sol cayendo; sin discurso, sin promesa ni temor, seguros de que la vida se hunde siempre con la maravillosa certeza de renacer mañana.
Silencio; unión de soledades compartidas.
Segundo intenso creado en la estela de lo efímero. ¡Quien diga que sólo eyaculando se percibe el placer similar al de un orgasmo, no ha conocido jamás la embriaguez de un momento de contemplación con los sentidos alertas!
¿Noche buena? ¿Navidad? ¿Qué importancia tenía?
Te sentí feliz; tu alma agradeciendo mi lejana cercanía, invadiendo la mía. Tus manos transitando por mis venas, a través de la conexión completa de tus dedos entrelazados de los míos, de tus palmas a mis palmas ensambladas, de tu vida y la mía adheridas.
¿Tu mirada? Sosiego póstumo a la pasión que como hoguera se extingue.
La felicidad parecía cubrir con lánguido pudor, la desnudez del después. La exposición del alma que siguió al fuego repentino.
Luego el adiós: Apartándonos, saliendo del refugio de los ávidos sueños: sin soberbia de victoria y sin armadura de soberbia indefensos, transparentes. Resignados al regreso para sorber de un trago la alegría rutinaria de lo común, de lo de siempre, con los de siempre.
Percibí que existías, que vivías al loco ritmo de mi imaginación irremediablemente persistente, involuntaria. ¿Regalo de navidad? ¡Tal vez! El más original de todos: emociones convertidas en palabras precisas para escribir un cuento.
Sorbí el último trago de café. Ese trago de café que revive, que alerta, que integra a la realidad.
Topé nuevamente con tu mirada ajena: misterio del coincidir, por un segundo infértil, dentro de la eternidad. Me di cuenta hasta entonces del bullicio: movimiento, rumores, risas, intercambio de regalos, abrazos y parabienes, planes para el próximo año, ansias de dispersión.
Cerré el cuaderno, guardé el lápiz, te miré por vez última, pagué la cuenta y salí del lugar, dispuesta a reunirme con los míos para celebrar, como cada año, las fiestas decembrinas.
Publicado en el periódico Cambio, el 18 de diciembre de 2009. Puebla Pue.
Era una cabaña, perfecta ausencia de inoportuna civilización. La madera y el vino, cómplices excitantes.
Miré la entrada del guerrero moribundo de batallas diarias, recobrando el aliento para pregonar su amor y su consejo antes del fallecimiento pleno. Rayos derritiéndose plácidamente detrás de las montañas sobre el terruño cenizo y lastimero, al tiempo que una sensible artista apareció entonando notas de duelo en loor al día. La penumbra cantando, el sol muriendo. Instante incomparable.
Tú: en un sillón de mimbre crujiente a tu contacto; su oquedad invitaba al aislamiento del mundo, a la inmovilidad del cuerpo y al retozar del espíritu. Tranquilo disfrutabas mi presencia.
Yo: detrás de ti, rodeando tus hombros con mis brazos. Mis manos justo a la altura de tu corazón y mi cabeza reclinada para escuchar el armonioso monólogo de tu respiro, para sentir tu calma, para impregnarme de tu esencia; para beber, a placer y antojo, la eternidad de tu instante.
El cuadro completo: los dos ante el sol cayendo; sin discurso, sin promesa ni temor, seguros de que la vida se hunde siempre con la maravillosa certeza de renacer mañana.
Silencio; unión de soledades compartidas.
Segundo intenso creado en la estela de lo efímero. ¡Quien diga que sólo eyaculando se percibe el placer similar al de un orgasmo, no ha conocido jamás la embriaguez de un momento de contemplación con los sentidos alertas!
¿Noche buena? ¿Navidad? ¿Qué importancia tenía?
Te sentí feliz; tu alma agradeciendo mi lejana cercanía, invadiendo la mía. Tus manos transitando por mis venas, a través de la conexión completa de tus dedos entrelazados de los míos, de tus palmas a mis palmas ensambladas, de tu vida y la mía adheridas.
¿Tu mirada? Sosiego póstumo a la pasión que como hoguera se extingue.
La felicidad parecía cubrir con lánguido pudor, la desnudez del después. La exposición del alma que siguió al fuego repentino.
Luego el adiós: Apartándonos, saliendo del refugio de los ávidos sueños: sin soberbia de victoria y sin armadura de soberbia indefensos, transparentes. Resignados al regreso para sorber de un trago la alegría rutinaria de lo común, de lo de siempre, con los de siempre.
Percibí que existías, que vivías al loco ritmo de mi imaginación irremediablemente persistente, involuntaria. ¿Regalo de navidad? ¡Tal vez! El más original de todos: emociones convertidas en palabras precisas para escribir un cuento.
Sorbí el último trago de café. Ese trago de café que revive, que alerta, que integra a la realidad.
Topé nuevamente con tu mirada ajena: misterio del coincidir, por un segundo infértil, dentro de la eternidad. Me di cuenta hasta entonces del bullicio: movimiento, rumores, risas, intercambio de regalos, abrazos y parabienes, planes para el próximo año, ansias de dispersión.
Cerré el cuaderno, guardé el lápiz, te miré por vez última, pagué la cuenta y salí del lugar, dispuesta a reunirme con los míos para celebrar, como cada año, las fiestas decembrinas.
Publicado en el periódico Cambio, el 18 de diciembre de 2009. Puebla Pue.
leer... que flojera. Solia decir eso hasta conocer a una persona que me hizo ver, que atravez de la lectura de un libro, podrian surgir sueños inimaginables,gracias a ti MAESTRA MONI.
ResponderEliminar