Estampa navideña.
Dubriel García Rodríguez
“Llevan de taanto correr, los zaapatos roootos…”
Se escuchaba la letanía una y otra vez.
En las afueras del cine un hombre, con el alma generosa en el sentimiento, entonaba una canción de navidad para implorar por unas monedas, la gente caminaba con prisa, casi empujándose, con la intención de ganar el paso en las tiendas y aprovechar las ofertas.
“Llevan de taanto correr los zaapatos roootos…”
Enfrente, caminaba un ladronzuelo que vio la ocasión para hacerse, sin riesgo, de unos centavos.
Actuó con rapidez, tomó el sombrero con las monedas y corrió, tropezó con un bote de tamales cayó al suelo, y aún así, pudo reemprender la carrera y llegar a la esquina justo en el momento cuando el semáforo cambió a amarillo. Dio un salto enorme y dejó atrás a sus perseguidores. Entonces sonrió porque se sintió a salvo.
Mientras se desplazaba en el aire pensó en el pueblo donde nació, en sus hermanos cuando iban en la escuela primaria, en la muerte de su padre por una riña de cantina, en el sacrificio de su mamá para sacarlos adelante. Después recordó cuando emigró a la ciudad donde hizo de todo; albañil, mozo, velador, barrendero y finalmente, cómo perdió toda oportunidad de empleo.
Su anciana madre, hace poco, le mandó a decir con sus primos que, para navidad, le regalara sus anteojos.
Ahora, el autobús llegó al pueblo y sonó el claxon, tan agudo, que le molestó los oídos, no obstante, él se mostro contento, tanto que cuando la gente comenzó a bajar, se esperó al último para dar un brinco, como cuando era niño, y caer en los brazos de su madre.
El semáforo cambió a rojo, el tráfico se detuvo. La gente se quedó a mirar. Un cuerpo inmóvil sobre la banqueta, cerca de él las monedas y unos tenis viejos.
“Llevan de taanto correr los zaapatos roootos…”
Cuento publicado en el diario Cambio, de Puebla Pue., el 18 de diciembre de 2009.
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