Piky el dinosaurio
Había una vez un pequeño dinosaurio que se encontraba muy incómodo dentro del cascarón, se daba vueltas y vueltas mientras escuchaba un leve toc, toc en el exterior. Su madre estaba inquieta, pues todos sus demás hijitos ya habían nacido, se preguntaba si éste se lograría o no. Después de esperar otro día más por fín Piky asomó una uñita, y poco a poco fue rompiendo el cascarón, hasta que salió completamente. Su madre estaba felíz, pero sus hermanitos se reían de él porque era muy pequeñito y nunca querían jugar con él. Era tan pequeño que tenía que dormir en el interior de la oreja de su mami para no ser aplastado por los demás. Así pasaron los días y su mami tejió una bolsita para colgarla en su cuello y guardar ahí a Piky para estar más pendiente de él.
Un día, el travieso Piky se salió de la bolsita y caminó por el cuello de su mamá que dormía tranquilamente, hasta llegar a una pequeña cueva donde vivía Lety la lagartija, quien al verlo le dijo: hola ¿Cómo te llamas?, ¿Eres nuevo por aquí?, nunca te había visto. El le contestó, pero si yo te veo todos los días cuando te vas a la escuela, mira esa es mi mamita, está durmiendo. Lety, al escucharlo se carcajeó burlándose de él: oye un lagartijo como tú no puede ser hijo de una dinosauria taaan grande, ¿Y si eres adoptivo?. Cuando Piky llegó con su mamá recordó las palabras de Lety y se puso a llorar, le preguntó a su mamí: ¿Me adoptaste?. Su mamita lo abrazó con mucho amor, llenándolo de besos y le explicó que desde que nació no había crecido y no sabía por qué. Luego colocó su patita junto a la de ella y le dijo: ¿Ya vez que somos iguales? Le aconsejó que cuando fuera a jugar otra vez con Lety se fijara muy bien en la forma de las uñas, de las escamas de los ojos, etc. de ella y se daría cuenta de que los dos eran diferentes. Después de algunos días Piky invitó a pasear a Lety en la bolsita que su mamita tenía en el cuello. Subieron sin hacer ruido para no despertar a la mamá de Piky. Desde lo alto, en el interior de la bolsita, observaron el valle, y a todos los animales que habitaban ese lugar.
Se hicieron grandes amigos, jugaban, reían, platicaban, corrían por el cuello de mamá dinosaurio.
El tiempo pasó y el pequeño Piky que acostumbraba comer todos los vegetales que su mamita le daba, creció tanto que después era el más alto de todos sus hermanos. Un día, después de haber realizado un largo viaje en compañía de su familia, Piky fue a visitar a su amiga Lety que ya era mamá de quince lagartijitos. Al verlo no lo reconoció, se espantó tanto que hasta cambió de color, él le dijo: Lety soy yo, ¿No me reconoces?. ¡¡¡PickY!!!, ¡Pero cómo has crecido! Y yo que creí que eras un lagartijo, seguramente ya no vas a querer ser mi amigo porque eres tan diferente a mí. El le contestó: claro que seguiremos siendo amigos, nunca olvidaré que tú jugabas conmigo cuando los demás no me tomaban en cuenta por ser tan pequeño. Lety estaba felíz, le dijo a sus hijitos: saluden al tio Piky, y los pequeños inmediatamente se treparon en el cuello de Piky que los paseó por el valle, felíz de tener más amiguitos.
Tan tan, este cuento se acabó.
Soledad Reyes.
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