lunes, 18 de enero de 2010

El Consejo Puebla de Lectura



NO ES TAN SIMPLE, PERO NO ES IMPOSIBLE:

LA PROMOCIÓN DE LA LECTURA EN EL AULA

Karen Coeman, enero 2008

Si puedes leer esto, agradécelo a algún maestro.

Anónimo

Nunca olvidaré a mi maestro de tercer grado de primaria, en Bélgica. Era un hombre alto, de 36 años y, como la mayoría de los docentes en el mundo, debía cumplir, contra reloj, un programa elaborado con buenos deseos, y, al mismo tiempo, tratar de domar a 27 alumnos que hacíamos todo por apresurar la salida al recreo. Meester Toon, mi profesor, era más o menos igual a los profesores que había tenido: una mezcla de bondad, atención y generosidad, aunque también era riguroso. Lo que lo distinguió de mis anteriores educadores y de los que conocería después, no fueron tanto sus cualidades, sino una actividad que realizaba metódicamente cada miércoles, antes de la hora del lunch. Justo a la mitad de la semana, él sacaba un libro de su portafolio de piel y nos decía:

—Queridos chicos, ha llegado el momento de que todos ustedes guarden lo que tienen sobre la banca y se callen. Nosotros, que casi siempre nos demorábamos en responder a una petición así, los miércoles a mediodía nos callábamos de inmediato. Poníamos los codos sobre la banca y nos aprestábamos a escuchar. Durante media hora, a veces más, a veces menos, el maestro nos leía, en ocasiones, cuentos, en otras, poemas. Conforme fue avanzando el año, nos aventuramos a leer novelas de más de 150 páginas. Cada semana, un capítulo. Sé que la memoria es traicionera, pero en ese entonces, me parecía que Meester Toon era el mejor narrador del mundo y que tenía la mejor biblioteca. Tal vez porque leía muy bien. Tal vez porque eran textos muy bien seleccionados. Pero, sobre todo, porque interrumpían la rutina y nos abrían un nuevo espacio. Y cada miércoles, las palabras encontraban acogida en 27 cerebros y seguían su camino en cada uno de nosotros. Pero hoy, después de todos estos años, pienso que Meester Toon era un maestro común y corriente, cansado de enseñar y seguir un programa, a quien le gustaban algunos libros y que, a la mitad de la semana, cuando él también estaba fatigado, encontraba una fuente para retomar fuerzas, alejarse de las tareas cotidianas, reinventarse y traer al salón otras presencias e invitarlas a quedarse. Pues eso era lo que hacía. Las dejaba ahí y no se metía con ellas.

—Bien chicos, ha llegado el momento de sacar el lunch, comer y...

Todos nosotros nos lanzábamos al recreo. Jugábamos y, al cabo de media hora, estábamos de nueva cuenta en el salón. Nadie hablaba de lo que había pasado en el cuento. Nadie nos forzaba a realizar un análisis de lo que se había leído, pero en cada uno de nosotros anidaba una historia. Después de la media hora de lectura, el salón de clases era otro espacio físico: el pizarrón ya no pesaba, los muros, que sentíamos amenazantes, se habían convertido en acogedores. Podía hacer frío afuera; adentro, era un hogar. Podía haber ruido afuera, adentro era música. Esta media hora era un espacio que nos ayudaba a pensar de otra forma, a sentir de otra manera, a ubicarnos en nuestrasvidas. Nos traía palabras frescas, que no usábamos. Recuerdo, por ejemplo, algunas rimas clásicas que aún utilizo en conversaciones con mi hermano. Es música que se quedó en la mente, aunque no siempre la comprendiéramos. Por eso, hoy, cuando pienso en la importancia del papel del maestro en la formación de lectores, inmediatamente pienso en Meester Toon.

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